A Jeremías Gamboa le tomó 10 años escribir “El principio del mundo”, novela de casi 1000 páginas en la que se intenta explicar el Perú desde la influencia de la figura materna y sus bemoles sociales. «Bryce es un escritor de las emociones y Mario es el escritor del orden. Algunos de los libros que he escrito, vienen de los chispazos provenientes de Bryce. Bryce ha sido mi activador».

Jeremías Gamboa acaba de publicar su última novela: El principio del mundo (Alfaguara). Esta novela no se agota en una sola lectura. Complejos, racismo, falta de una educación horizontal y los conflictos sociales, a saber, son algunas señas que orbitan alrededor de su protagonista, Manuel Flores Amaro, y su madre Candelaria. Pero El principio del mundo es igualmente un homenaje a la novela peruana, y por ello, es una novela orgullosa de pertenecer a su tradición. Gamboa no ha inventado nada literariamente, los elementos que configuran la fisonomía moral de su novela (978 páginas) son detectables en nuestra tradición narrativa; sin embargo, Gamboa ha ingresado a unas parcelas emocionales y ha puesto la piel en el asador para desmontarlas. No es nada poco. Estas parcelas emocionales están en nuestra historia cultural y no habían sido abordadas como sí lo hace ahora Gamboa. Tradición y actitud en una novela que irá creciendo en el ámbito de la discusión y la celebración. Ese es el camino de los libros llamados a quedar.. Sobre El principio del mundo, La República conversa con Jeremías Gamboa.
-Cuando anunciaste la publicación de tu novela en redes, hubo un revuelo relacionado, principalmente, con su número de páginas. Lo que tengo claro es que no había otra manera de contar El principio del mundo.
-Mario Vargas Llosa y Henry James comparten un dictum letal: hay muchas maneras de contar una historia, pero la única es la que tienes que encontrar. En el proceso de escritura me encontré ante una novela extensa, que te pone otros límites en tu propia reacción frente a lo que está saliendo, lo que está brotando en la escritura, y eso te hace reflexionar sobre el tipo de novela que estás trabajando porque cada novela tiene sus límites. Novelas de 200, 500 o 1000 páginas son dueñas de su propio temperamento. Me puse a leer novelas de esa extensión para tratar de entender hacia dónde llevar mi material, porque brotaba y brotaba y no paraba. En la novela se representa el mundo explicado bajo la estela materna y de la creación materna.
-La figura de la madre, Candelaria, aparece tras cientos de páginas. En El principio del mundo percibimos las influencias de Vargas Llosa, Miguel Gutiérrez, Edgardo Rivera Martínez y Alfredo Bryce. En ella hay un respiro decimonónico, pero en la onda de las novelas victorianas, que se caracterizan por hurgar en las emociones. Tu novela apela a los recuerdos, es una novela que va hacia atrás.
-Estamos entrando a un terreno denso. No sé si sea para el público de La República, a lo mejor para una revista académica.
-El público de La República es culto e informado.
-Para adelante es masculino, y para atrás es femenino. Cuando dijiste lo de la novela victoriana, he pensado en las grandes escritoras inglesas del siglo XIX, en las escritoras inglesas emocionales y morales. Pienso en George Eliot. Ella escribe de la sociedad que puede ver porque es mujer. Su libro Middlemarch es una extraña novela total femenina, lo masculino no está representado porque ella no podía acceder a esos espacios. En el caso de mi novela, el Perú se explica de principio a fin por la acción de las mujeres.
-Hace unos días, te escuché hablar sobre la memoria del lector. Aquí hay personajes que retumban, a Candelaria, sumemos a la profesora Marina Montemayor. Para llegar a ellas, hay que escalar.
-Me gusta la memoria de la experiencia de la lectura, eso hace que esa página 800 tenga una reverberación que ninguna novela de 200 puede conseguir, ni las más magistrales. Pedro Páramo, por ejemplo, no logra esa cosa que solo te pasa en la página 1000 cuando tienes una memoria. Te pongo un ejemplo, en La violencia del tiempo de Miguel Gutiérrez, tenemos a un Villar que es criado y prohijado por una de las pocas fuerzas luminosas de esta oscura novela, que es el profesor que empieza a preparar a Villar. Eso no es igual a que te lo cuenten en la página 80 que después de haber leído la larga sucesión de los Villar, y esa luz reverbera de otra forma porque tienes una memoria de lectura de esa novela extensa. Entonces sí, El principio del mundo es una novela victoriana.

-Estuve haciendo memoria. La madre peruana no ha tenido un rol tan protagónico en nuestra novelística. Por supuesto, tenemos madres de novela, pero no a este nivel de exploración.
-He tenido una relación muy particular con Vargas Llosa, Bryce y Rivera Martínez. Es muy interesante, porque cuando recibo el mentoreado de Vargas Llosa, mi mujer me dice qué bueno que estés con Mario porque tú no eres del clan de Mario, sino del clan de Bryce. Bryce es un escritor de las emociones y Mario es el escritor del orden. Algunos de los libros que he escrito, vienen de los chispazos provenientes de Bryce. Bryce ha sido mi activador. Hasta ese momento, no había dividido la cosa entre masculino y femenino. Y el otro gran amor es País de Jauja de Rivera Martínez. Yo adoré esa novela y sé que hay gente que no ha podido con ella. La novela peruana ha sido escrita desde un claro entendimiento masculino. Por eso es hacia adelante.
-Si hablamos de nuestras principales novelas, estas nos hablan de lo que los hombres han hecho por el país.
-Me he dado cuenta, en el camino, de que mi novela se explica por la angustia de la mujer. Los hombres llevan el mundo a la destrucción, en cambio las mujeres crían y cuidan.
-Perú es un país sin padre. La presencia de la mujer está presente desde tu primer libro, Punto de fuga. Pienso en el cuento “La conquista del mundo”. Beatriz es un personaje femenino verosímil y eso es muy difícil de conseguir.
-Desde allí estaba mi semilla femenina. Beatriz es un poquito Candelaria. Cuando lleva a su hermanito a conocer Miraflores y entran al óvalo por la av. Arequipa y en esta novela Candelaria entra al óvalo por la Ricardo Palma y ve el parque Kennedy. Hay un asombro. El tema femenino en mi obra ha seguido su propio camino y en esta novela entré a saco con el tema de la mujer.
-La novela aborda los complejos de belleza de Manuel. No es un tema nuevo, está presente en nuestra historia cultural y social. Pero ¿por qué recién aparece desarrollado en la ficción?
-Ha aparecido siempre, Gabriel, como síntoma. Está en los diarios de Arguedas. No ha estado como un tema a tratar o elaborar. Los temas que te llevan a escribir y que te hicieron leer, son los temas de los que vas a escribir. Este es un tema que me constituye, es un tema que genera malestar y que me llevó a encontrarme como escritor. Es el obturador a través del cual, expandiendo el lenguaje hacia el mundo, vas a encontrar el estilo. La autoaversión es un aspecto constitutivo de mi biografía y fue un malestar que me llevó a mí a escribir.
-A ti y a otros autores los han acusado por sufrir autoaversión y autoracismo.
-Eso es una soberana idiotez, porque entonces habría escritores que por alcohólicos no pueden escribir sobre el alcoholismo, habría escritores que por racistas no pueden escribir sobre el racismo. Eso más bien es una condición para escribir. Lo que yo hago es narrar el racismo desde la consciencia. El racismo está narrado de manera exterior. Lo que no está elaborado es lo que ocurre en el interior del sujeto, que puede ser en la trama enloquecedora de la dinámica social peruana, discriminador y discriminado en función de una esquina u otra, en la mañana y en la noche. Y eso pasa en toda la novela. Todos los personajes discriminan y son discriminados. Todos se sienten un poco más blancos que otros y un poco más cholos que otros. Manuel está en esa lucha interior. Se quiere blanquear en función de la autoaversión que tiene. A él no le gusta su cara indígena.
-En los 90 se solía decir hay que mejorar la raza.
-Estoy seguro de que se sigue pensando igual. De eso no se salvan ni Manuel, ni los Blauman. Todos esperan que el hijo salga un poco más blanco, porque se ha internalizado, como sociedad poscolonial que somos, que lo blanco tiene un valor superior. Yo no soy el primero que ha escrito de este tema, tenemos a Marco Avilés con De dónde venimos los cholos y Gabriela Wiener con Huaco retrato. Los leí mientras trabajaba esta novela.
-A diferencia de lo trágica que es nuestra narrativa, en El principio del mundo hay una esperanza: la educación.
-El salón de clases ha sido poco representado. Manuel es lo que es debido a un milagro: Marina Montemayor, su profesora. Hay un circuito de electricidad y de iluminación que ocurre felizmente para Manuel, que es la esperanza de la madre y el padre, que conecta con la esperanza de la profesora, que está motivada, que quiere enseñar, que ocurre en un niño que viene bien dormido, bien desayunado y con un par de huevos duros para comérselos en el recreo. Cuando eso ocurre en una escuela pública, no importa el hedor de los baños, no importa la precariedad de los materiales, humanamente está ocurriendo el fenómeno de la ilusión del aprendizaje.
-La pregunta complicada: ¿sientes que con El principio del mundo has hecho algo importante que podría quedar?
-He hecho psicoanálisis 18 años y justo vengo de ahí. No me toca a mí decirlo, pero siento que he hecho mi mejor trabajo hasta ahora. A diferencia de Contarlo todo, en estos 10 años han pasado muchas cosas, ahora soy papá de un niño de 10 años, soy papá de crianza de una adolescente, he leído con bastante humildad para aprender y me he psicoanalizado 10 años más. El libro hará su camino.
Fuente: Diario La República
Últimas Noticias
- Slot Sites in GB Responsible Gambling Tools.2182
- obzor (4029)
- Fiestas Patrias 2025: 15 películas peruanas del siglo XXI favoritas de la crítica local
- ¿Habrá atención en los supermercados en el feriado del 29 de julio por Fiestas Patrias?
- ¿Necesitas instalar otro antivirus en tu PC o basta con usar Microsoft Defender para protegerla?