La imaginación de Alberto Cendra

Fotografía. Con una extensa trayectoria en medios periodísticos, Alberto Cendra, amigo de La República, presenta una nueva exposición fotográfica en el Centro Cultural Inca Garcilaso, Mosqoy, en donde lo lúdico y lo abstracto son los protagonistas.

Fernando Ampuero*

Alberto Cendra es un amigo de los viejos tiempos. Y yo, durante cinco décadas, pensaba que lo conocía bien. Estaba equivocado. Conocía tan solo al alegre compañero de trabajo que, como muchos, metía el hombro en destacadas empresas periodísticas, la revista Caretas y el diario El Comercio, y a quien sus funciones gerenciales de Publicidad y Desarrollo de Medios, lo obligaban a que anduviera siempre de punta en blanco, con saco y corbata. Él no se quejaba, eso sí; tomaba las cosas con filosofía, sobre todo en un principio, cuando trabajábamos en Caretas, bajo el mando de Enrique Zileri, director de la revista, y que era la informalidad andando; vestía como un hippie viejo (al decir de Manuel Ulloa). Alberto Cendra, sin embargo, tenía un pasado que aguardaba en la sombra.

Nacido en Lima, en 1951, y formado en Cataluña, Cendra había estudiado en la Guasch Coranty, Escuela de Artes de Barcelona,en la que se graduó en fotografía (algo que no sabíamos) y, en 1975, al recalar para siempre en Perú, se dirigió a Caretas y ofreció sus servicios. Zileri habló largo con él y le cambió el rumbo: “Olvídate un tiempo de las fotos”, le dijo. “Tú tienes buena labia y eso no lo puedes desperdiciar; además, yo necesito un gerente y un buen vendedor”.

El ojo zahorí de Zileri fue certero. El joven Alberto aceptó a regañadientes el trabajo, comenzó a irle bien, y así empezó la provechosa primera parte de su vida.

Todo ello duró hasta que sus primigenias pasiones lo reclamaron. Harto ya de oficinas, convenciones y directorios, un buen día se jubiló de tales quehaceres y lo primero que hizo fue sacarse la corbata, comprarse una moto y salir a explorar el país: recorrió el desértico litoral y luego el turbulento Ande, contemplando paisajes y descubriendo territorios. Y ahí, en efecto, asomó su ánimo creativo, pero esta vez madurado y refinado con todo lo visto y vivido. Cendra, digámoslo de una vez, recuperó la mirada paciente, la luz anhelada, el disparo preciso, la estética cultora del blanco y negro, el formato cuadrado: un vocabulario íntimo para quien pretende mirar a cabalidad y ayudar a mirar, esto es, para enderezar el camino.

Con la prisa de todo aquel que ha renacido en su arte, mi amigo Cendra, que ahora vive en el Cusco, despliega desde entonces un abanico de imágenes que capturan la esencia de nuestra identidad indígena: la inmensa cordillera rocosa, el enigma de los manantiales, la atmósfera de las rutinas autóctonas, y, desde luego, los personajes en sus labores, sus danzas, sus silencios ancestrales. Su primera muestra, presentada en la galería de la librería La Rebelde, la tituló con cifras, las coordenadas de un escenario en las frías alturas de Andahuaylas, donde revelaba la furia volcánica a través de las cenizas petrificadas de Accucassa: un conjunto de pulcras y caprichosas formaciones, cuya belleza, según los vulcanólogos, es obra de los vientos, la lluvia y la nieve, que las modeló durante millones de años.

Tiempo después siguieron otras tres muestras en la que fue diversificando su mirada. Hoy, en su quinta exposición (junio 2025), su obra asume un riesgo de carácter lúdico, que claramente recurre a la abstracción, pero con reminiscencias psicoanalíticas (el test de Rorschach), como si intentara que, a partir de nuestra apreciación, nos interrogáramos sobre la ambigüedad de sus imágenes. La muestra titula Mosqoy (en quechua: fantasía e imaginación) y se inspira en una de sus exploraciones matutinas al valle de Sondondo. Al amanecer, atraído por un brillo al fondo de un paraje boscoso, Cendra se encontró con un espejo de agua, como un enorme ojo que lo miraba, y decidió registrarlo y recrearlo.

Alberto Cendra, artista renacido, es hoy el fino forastero de sus sueños.

*Texto de la exposición Mosqoy de Alberto Cendra. Mosqoy va hasta el 17 de agosto en el Centro Cultural Inca Garcilaso (jr. Ucayali 391, Cercado de Lima).

Fuente: Diario La República